Dicen los expertos que nunca se debe desaprovechar una buena crisis. Añado que ese dicho siempre me ha parecido un poco cínico, pues el que lo dice seguramente no la está pasando o tiene recursos suficientes para pasarla razonablemente bien. Pero consideraciones éticas al margen desde el punto de vista del management, creo que las crisis son una buena oportunidad para repensar las cosas y hacerlas mejor.
Repasando un poco los últimos años en nuestro país, estos años de fabulosas vacas gordas, en los que el maná caía del cielo, mejor dicho de lo alto de los miles de pisos que se construían sin ton ni son, nos damos cuenta de que se han cometido muchos excesos, tanto en la cosa pública como en las propias empresas.
Lo peor es que no se han aprovechado esos años estupendos, para prepararse para el futuro y hacer las cosas que había que hacer en cada empresa. La visión de estos años ha sido totalmente cortoplacista. En un momento dado, hace aproximadamente 10 años, los planes estratégicos cayeron en desuso, pasaron de moda, todo era improvisación y objetivos a corto, con lo que la capacidad de planificar, de minimizar riesgos, de «evitar poner todos los huevos en la misma cesta» que tenían las empresas, algunas de ellas, se perdió.
Podemos decir con claridad que una de las razones para ello es la falta de reflexión en las empresas, la falta de detenerse a pensar, de evaluar con sentido crítico los resultados obtenidos.
Pues bien, esta falta de reflexión estratégica se podría haber solucionado, o al menos paliado si los Presidentes, Directores Generales, Dueños de las empresas hubieran tenido un Coach. Ese coaching estratégico hubiera probablemente servido para que el Director General se hiciera las preguntas adecuadas, pensara si la bonanza de la empresa era o no sostenible y qué cosas debería poner en marcha para conseguir esa sostenibilidad. En ese espacio de reflexión y de libertad que es el coaching, se crea ese espacio creativo de lucidez, necesario para ver un poco más allá o al menos para ser capaz de preguntarnos si el camino elegido es el único y no hay otras alternativas.
Nunca es tarde si la dicha es buena. En plena crisis, a la que además nadie es capaz de ponerle una fecha de finalización, es un buen momento para abordar esa reflexión y aprovechar la necesidad para cambiar, pero escuchando, adoptando las medidas necesarias para sobrevivir, pero pensando también a medio y largo plazo.