En el ámbito profesional es frecuente hablar de conciliación entre vida laboral y personal, también conocida como work-life balance en el mundo anglosajón. Sin embargo, a mí me gusta más hablar de equilibrio de vida «personal y profesional». Un proceso que tiende a la entropía o desorden, como tantos otros procesos físicos.
A mi modo de ver, hay dos enfoques duales que son clave para un buen equilibrio de vida. En primer lugar, una proporción adecuada del tiempo dedicado al mundo interior (reflexivo) y al social (relaciones) ambos necesarios para el bienestar, aunque en proporciones diferentes para cada persona. En segundo lugar, un propósito de vida claro, que incorpore aspectos personales y profesionales, y un buen balance de nuestra dedicación a ambos intereses.
Hay personas que tienen un mundo interior muy rico y otras que son más relacionales, también las hay volcadas en el trabajo o en su vida personal, y todo vale, aunque es importante tener claro lo que nos hace felices para definir ese equilibrio único y personal, frágil por su mencionada tendencia a la entropía, como cualquier proceso de vida.
La dedicación que ofrecemos al mundo interior y social, se ve amenazada de muchas circunstancias cotidianas que requieren de nuestra atención y que nosotros mismos hemos elegido en algún momento, con el agravante de que no siempre tenemos clara la dosis de introversión y extroversión que estamos necesitando. Respecto al segundo aspecto, es aún más complicado, porque nuestro propósito de vida puede no estar claro y porque la incertidumbre laboral actual, está actuando como una fuente más de entropía, que lo desajusta sin previo aviso.
Hay veces que la desviación del propósito es tan grande que se impone un cambio radical. En otras ocasiones, puede ser suficiente con un buen golpe de timón, para restablecer el equilibrio y seguir enfocando nuestro propósito intacto.